COVID-19, sociedad civil y sociedad política

Juan Antonio Lan

FLACSO-Ecuador

De acuerdo con los datos del gobierno, para el lunes 27 de julio, el Perú tenía 389 717 contagiados y 18 418 fallecidos por la COVID-19; inclusive, el panorama podría ser más grave, pues otros reportes nacionales e internacionales suponían que las cifras serían hasta cuatro veces mayores que las oficiales. A pesar de esos datos, realizar en estas circunstancias comparaciones entre países para buscar soluciones puede ser inútil o hasta contraproducente. Por tal motivo, se debe apuntar a entender el caso peruano desde su peculiaridad y, para ello, la disciplina histórica, y, en particular, los planteamientos del historiador indio Partha Chatterjee sobre la sociedad civil y la sociedad política pueden ser de mucha ayuda.

Chatterjee, uno de los principales miembros del grupo de los Estudios Subalternos, en su libro Nación en tiempo heterogéneo y otros estudios subalternos (2007), criticó la aplicación de categorías teóricas producidas por la academia occidental en las naciones donde el pasado colonial era todavía una dinámica interna. Por ello, indicó que se debían plantear nuevas interpretaciones y no partir solamente de fórmulas creadas para entender realidades lejanas: categorías como nación y sociedad civil nos pueden servir para mostrar y retar este universalismo. Centraremos la atención en esta última categoría complejizada por este autor.

La categoría de sociedad civil considera a los ciudadanos como homogéneos y con intereses más o menos unificados. En esa línea, una de las bases del modelo moderno, la igualdad de todos ante la ley, fracasó en los países poscoloniales: no hubo “ciudadanos” sino “poblaciones”; es decir, existieron grupos de personas reguladas y censadas de acuerdo con sus “diferencias” de clase, lengua, raza y género.  Así, no se alcanzó el bien común ni la articulación entre el Estado y la sociedad; es más, las sociedades contemporáneas han rebalsado dicho modelo basado en la ley.

En cuanto al Perú y al inicio de la pandemia, el objetivo concreto del gobierno era que los peruanos no salieran a las calles. Esto no significó que cumplir esa meta sería sencillo, pues lo que se buscaba era inhibir una conducta. Bajo el slogan #YoMeQuedoEnCasa, se deseaba la no propagación de la COVID-19, optimizar las pruebas, hacer más lento el colapso de los hospitales y realizar un buen monitoreo de los infectados, entre otros fines; sin embargo, no funcionó y todo empezó a tambalearse en el transcurso de los meses.

La principal razón del fracaso en esta meta fue que no se tomó en cuenta al funcionamiento de la realidad diversa y compleja del Perú. Eso se debió a que los diagnósticos dados por los funcionarios estatales, profesionales de la salud y científicos sociales manifestaron un desfase con lo acontecido. Así, la pandemia los tomó por sorpresa y, más que entender lo que sucedía, primaron los sentidos comunes (la informalidad, la pobreza, la corrupción, la cultura de la criollada, etc.) que pusieron en relieve de que lo que conocían era más pequeño de lo que creían saber.

Se puede observar que estas medidas y los decretos fueron pensados en los términos homogeneizantes de la sociedad civil y no a partir de las “diferencias” de la sociedad política. Así como Chatterjee, hay que adentrarnos a una realidad diversa, fragmentaria y heterogénea peruana, ya que la evidencia demuestra que existen variedad de “informales”, distintos “pobres”, múltiples “culturas” y diversas geografías que no han podido ser aprehendidas por la mirada proveniente de lentes teórico-conceptuales ya consolidados.

*Imagen tomada de LaMula.pe

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