FLACSO-Ecuador
Introducción
En el imaginario histórico peruano, uno de los elementos explicativos más recurrentes, de mucha potencia y de gran difusión es el de la herencia colonial. La explicación y el origen a muchos de los problemas pueden ser encontradas en ella. Podemos dar varios ejemplos al respecto. La corrupción está extendida en el Perú, debido al legado colonial; el racismo es un lastre en nuestras tierras desde la llegada de los españoles; las fuerzas productivas y el capitalismo no pueden desarrollarse por la mentalidad corporativista, rentista, señorial y mercantilista virreinal de las élites económicas locales; no es posible el desarrollo de una nación peruana dirigida por una clase que se haga hegemónica debido al lastre virreinal; entre otros.
Respecto a estas explicaciones, en el ensayo titulado Ser historiador en el Perú, el sociólogo peruano, Guillermo Rochabrún reflexionó sobre las estructuras del tiempo histórico recurrentes entre los intelectuales e historiadores peruanos y llegó a sugerentes consideraciones sobre la utopía andina, la visión de los vencidos, las oportunidades pérdidas y la herencia colonial. En relación a la última de ellas, Rochabrún afirmó que «como categoría de análisis el término se refiere a un conjunto de procesos que han constituido la realidad de América Latina y el Perú a partir de la colonia, y que en mayor o menor medida continúan hasta hoy» (Rochabrún, 2007:463). No obstante, la herencia colonial no se ha fijado solamente en un plano analítico, pues su componente de fatalidad le ha brindado un componente ideológico. De esta manera «la herencia colonial es una maldición histórica: nada habría que mantener de dicha herencia, y al mismo tiempo su persistencia parece decirnos que tampoco hay cómo librarnos de ella. Sus mecanismos parecen ser perversamente perfectos, dotados de una capacidad ilimitada para sobreponerse a cualquier intento de transformación» (Rochabrún, 2007: 464).
Ante ello, surge la pregunta, ¿desde cuándo y por qué estas explicaciones se hicieron tan difundidas en la cultura histórica peruana del siglo XX? Desde nuestra perspectiva, fue con la publicación del clásico libro de sociología histórica Clases, Estado y Nación de Julio Cotler con la que se hicieron populares y extensivos estos razonamientos. En el presente escrito, describiré la caracterización de la sociedad colonial que dio Julio Cotler en la citada publicación; seguidamente, se analizará y explicará cómo se construyó este diagnóstico. Para ello, se estudiarán los elementos que influenciaron en este sociólogo para la escritura de su clásica obra. Finalmente, se propone que, si bien es cierto que este autor popularizó la idea de la herencia colonial, no significa que él haya sido el primero o el creador de esta visión sobre el Perú.
El objetivo de ello es desentrañar uno de los armazones explicativos «más potentes» del análisis histórico en el Perú, pues la herencia colonial pretende «encontrar» el origen de casi todas las situaciones negativas de la sociedad peruana. Sin embargo, este componente de eficacia no es más que un elemento ideológico que toma vida propia y se populariza tanto en el medio académico como la conciencia histórica de los peruanos. Eso se debe a que más que explicar los fenómenos del período virreinal, los etiqueta y convierte en una proyección de las frustraciones de la época y del autor.
Julio Cotler y las ciencias sociales
Julio Cotler pertenece a la generación del medio siglo y, según Sinesio López, los miembros de ella «brillan con luz propia en las diversas disciplinas intelectuales que cultivan. Es así que Mario Vargas Llosa resalta en la novela, Ribeyro en el cuento, Juan Gonzalo Rose en la poesía, Alberto Escobar en la crítica literaria, Pablo Macera y Carlos Araníbar en la historia, Augusto Salazar Bondy en la Filosofía, Aníbal Quijano y Cotler en la sociología, para citar sólo a algunos» (López, 2012). La Universidad Mayor de San Marcos fue la institución que albergó a esta generación de intelectuales, debido a que se encontraba en transformación, pues dejaba de ser una organización de elite oligárquica y se convertían en una institución cada vez más democrática cuando la sociedad se encontraba subyugada bajo los poderes dictatoriales de Odría. Así, también, los jóvenes que participaban en movimientos estudiantiles de izquierda se encontraban en rebeldía y eran reprimidos por la cárcel y el destierro.
Julio Cotler nació en el Rímac, en abril de 1932, en el seno de una familia de inmigrantes rusos y rumanos y recibió la educación escolar en el Colegio Anglo-Peruano. Ingresó a estudiar antropología en la UNMSM y cursó materias con historiadores como Jorge Basadre y Raúl Porras Barrenechea; además, fue discípulo de pioneros en etnología como Jorge Muelle y Luis Eduardo Valcárcel. Luego pasó al doctorado en Sociología de la Universidad de Burdeos, bajo la asesoría de Francois Bourricaud (Cueto, 2012). Según Nelson Manrique, el primer referente de la actividad intelectual de Cotler fue San Marcos; y el segundo fue el Instituto de Estudios Peruanos que surgió en 1964.
Cotler no se aisló en el trabajo académico pues a inicios de los años setenta, durante el gobierno de Velasco, fundó junto a Aníbal Quijano y un selecto grupo (en donde participaron Heraclio Bonilla, Guillermo Rochabrún, Rodrigo Montoya, César Germaná, entre otros) la revista Sociedad y Política. Esta revista no fue indiferente frente al régimen y sus críticas llevo a que el gobierno los reprimiera, lo cual conllevó la prisión y deportación de Quijano y Cotler. Así, para Velasco estos autores «se habían extralimitado en sus conceptos». (Manrique, 2012).
Como consecuencia de la deportación, fue que se pudo gestar su principal obra y sus planteamientos sobre el Perú: Clases, Estado y Nación. En ese tiempo, se avivó su interés en comprender los orígenes y características de los problemas estructurales que estaban impregnadas en las relaciones interpersonales del Perú (Cotler, 2005: 26): «Originalmente este libro debió ser un capítulo introductorio al estudio del proceso político que el Gobierno Revolucionario de la Fuerza Armada inició el 3 de octubre de 1968. Debía dar cuenta de los antecedentes y coyuntura inmediatos que condicionaron la formación de dicho gobierno, las medidas que impuso, la forma como las ejecutó, las reacciones suscitadas y, por último, sus resultados. Sin embargo, pronto resultó evidente que este análisis habría sido insuficiente para explicar la naturaleza específica de este gobierno militar y sus proyecciones políticas» (Cotler, 2005: 45).
Sin embargo, esa empresa fue creciendo y Cotler realizó varias preguntas desde la perspectiva del largo plazo: «¿Cuáles eran los factores de la extrema desigualdad de la distribución de los recursos sociales y políticos? ¿Qué relación existía entre esa distribución con la vigencia de criterios étnicos y racistas para calificar a las personas, con el elevado grado de desconfianza mutua, el comportamiento soberbio y prepotente de los poderosos, y la mezcla de ira y humildad de los subordinados?; asimismo, ¿cómo explicar la propensión autoritaria, incluso de los personajes más insospechados, y las relaciones clientelistas que establecen con quienes las rodean? Estas fueron algunas de las cuestiones por las que decidí estudiar y escribir sobre la formación y los patrones de reproducción del sistema de dominación social, en el largo plazo» (Cotler, 2005: 26).
El autor lanzó una provocación al afirmar que «a pesar de los cambios que el país había experimentado durante la turbulencia vida republicana, particularmente durante el siglo veinte, las estructuras institucionales de filiación colonial seguían teniendo influencia en la configuración social y política, así como en las manifestaciones culturales y en las relaciones interpersonales» (Cotler, 2005: 27). Así, él trataba de comprender las estructuras que bloquearon la integración nacional y constitución de una comunidad. La respuesta la encontraría en la vigencia de la herencia colonial; por ello, «para responder a ese cúmulo de complejas interrogantes, en el primer capítulo del libro presentó algunos de los rasgos estructurales fundamentales del ordenamiento colonial, para enseguida plantear las condiciones que habían contribuido a su persistencia durante los ciento cincuenta años de vida republicana, y las consecuencias que acarreó en diversos espacios sociales y políticos» (Cotler, 2005: 28). Sintetizando, según la contratapa, la idea central de este libro puede enunciarse de la siguiente manera: «La Colonia inicia un proceso que no ha experimentado ruptura alguna hasta el presente; por eso, para comprender lo que hoy acontece es necesario remontarse hasta esos orígenes. La República, hija involuntaria de la Colonia, recibe de ella una “herencia”, la herencia colonial. Así se explica que, “a lo largo de 150 años de vida republicana el Perú no haya logrado consolidar un Estado-nación. Este libro trata de describir y explicar la precariedad estatal y nacional”».
Una visión sobre lo colonial y su herencia
A continuación, describiremos el diagnóstico sobre lo colonial en el libro Clases, Estado y Nación. La herencia colonial engloba a varios procesos que constituyen la realidad del Perú a partir del desde la llegada de los españoles y entre ellos encontramos a la organización social y económica de carácter tributario y esclavista (la cual generaba ingresos a la administración colonial y a las clases propietarias) (Rochabrún, 2007: 463): «En resumen, puede afirmarse que la operación mercantil y colonial se fundaba en la coacción y movilización forzada de la mano de obra indígena, obligada a trabajar en asientos mineros, de cuya producción el Estado percibía el quinto real; los señores de las minas retenían el resto a cambio de un pago simbólico que debía servir para que los campesinos cumplieran con la renta de la encomienda (tributos) y adquirieran los alimentos y efectos complementarios para su subsistencia. Los alimentos y efectos que consumían los mitayos, así como el resto de la población residente en los centros mineros, al igual que los insumos requeridos para la producción provenían, a su vez, de las rentas de las encomiendas, diezmos, trueque y ventas forzadas que imponían los corregidores» (Cotler, 2005: 59).
Este tipo de estructuración de la sociedad se enmarcaba dentro de un sistema de exportación de metales como la plata hacia Europa. Ello le dio un poder insospechado que permitió la constitución de una economía mundial de orden mercantil, en donde también se generó una división internacional del trabajo con Europa (el nuevo eje del nuevo sistema), en donde América se convertía en una periferia colonial. Cotler, siguiendo las ideas de Wallerstein, afirma que: «Por el papel que le tocó jugar en la división internacional del trabajo, el Perú como parte de la periferia americana del sistema capitalista en formación, no estuvo en condiciones de experimentar las transformaciones que ocurrían en los países centrales, en términos de acumulación originaria y de liberación de la mano de obra de las ataduras legales precapitalistas establecidas por el poder central. Por el contrario, el establecimiento legal de dichas relaciones sociales, destinadas a favorecer la apropiación mercantil de las zonas centrales del sistema global, selló la suerte y el destino histórico de la sociedad peruana» (Cotler, 2005: 52).
En esta condición colonial no estaba ausente la fuerte coacción y por ende su legitimidad era endeble; a su vez, ella se retroalimentaba con el carácter conservador y estratificado de la sociedad, pues todo aquel que nacía en un estamento determinado tenía su vida destinada en un lugar en la estructura social, en donde el componente racial era de suma importancia. Los cuerpos sociales y las corporaciones no permitían la unión y hacían posible la dominación de explotación colonial.
Asimismo, el poder y todo lo concerniente a lo político tenían bases patrimoniales, debido al personalismo del ejercicio y uso del poder: «La organización política patrimonial se fundaba en la premisa que el rey concedía a sus súbditos españoles la atribución de administrar su patrimonio particular, por la que ellos debían rendirle tributo y prestarle lealtad personal, a cambio de lo cual éstos retenían los beneficios de dicha administración. De esta manera se establecía una relación patrón-cliente entre Rey y sus vasallos – do utdes –, que se reproducía indefinidamente en todos los niveles de la jerarquía social. En efecto, las relaciones patrimoniales instituían que el acceso a cualquier recurso debía tramitarse personalmente ante quien estuviera en capacidad de cederlo, bajo el supuesto que esta sesión era un favor que debía retribuirse en términos de servicio personal» (Cotler, 2005: 66).
Clases, Estado y Nación no es considerado por su autor como un libro de historia, sino como un libro de sociología histórica; así, en el prefacio a la tercera edición, Cotler afirmaba que «este no es, ni pretende ser un libro de historia; por los conceptos, el método de análisis, las hipótesis que desarrolla y el objetivo que se propuso alcanzar el libro se inscribe en la tradición de la sociología histórica» (Cotler, 2005: 26). Desde nuestra perspectiva, el hecho de enmarcar dentro de la sociología a esta obra le daba un aura y ropaje de mayor credibilidad por los años en los que se difundió las primeras ediciones del libro. Rochabrún resume la legitimidad de la sociología durante esos años en el Perú de la siguiente manera: «Puede afirmarse que en los años setenta la Sociología se constituyó como una suerte de “ciencia social general” que llegó a impactar en importantes núcleos de profesionales en el Derecho, la Economía, Demografía, Antropología, en la crítica literaria y en la Historia. Quizá su presencia socialmente más importante tuvo lugar a través de la Reforma Educativa iniciada en 1972, en donde pueden rastrearse los orígenes de lo que Gonzalo Portocarrero y Patricia Oliart han dado en llamar “la idea crítica del Perú”: una interpretación de los problemas históricos del país basada en su relación con el exterior, las relaciones de dependencia, la fuga de excedentes, la conformación de clases sociales, etc. (…) El caso fue que la Sociología alcanzó un importante auge social y político en estos años al conquistar una vasta audiencia en diversos públicos no especializados, muchos de los cuales de una u otra forma estaban en movilización. En particular, lo tuvo entre las clases populares (…)» (Rochabrún, 1992: 153).
Pero, ¿cómo podemos dar a relucir este componente sociológico prestigioso a la herencia colonial y a la visión del Perú de Julio Cotler? Para responder a esta pregunta debemos remitirnos nuevamente al prólogo de la tercera edición. En él, se dice lo siguiente: «Los planteamientos de Weber sobre la dominación tradicional me dieron pistas para desarrollar el proyecto de investigación. Las relaciones patrimoniales-clientelistas, estamentales y corporativas, enmarcadas en concepciones organicistas y católicas, correspondían a ese tipo de dominación, propia del Antiguo Régimen, importado e impuesto por los conquistadores a la población nativa. Sin embargo, era evidente que este tipo de dominación tenía un marcado sello colonial, por cuanto las categorías sociales se distinguían apoyándose en criterios raciales y racistas para justificar la natural superioridad de los europeos y el derecho que les confería para explotar a los nativos, los negros y las castas» (Cotler, 2005: 28-29).
Ante esta cita son necesarias algunas consideraciones sobre los planteamientos de Max Weber y la dominación tradicional. Dentro desde la perspectiva sociológica de este autor, los tipos ideales son de suma importancia. Estos son modelos conceptuales y analíticos que pueden usarse para entender el mundo. Entre los tipos ideales, se encuentra a la legitimidad que se basa en la dominación tradicional (de la que se inspiró Julio Cotler), la cual «descansa en la creencia cotidiana en la santidad de las tradiciones que rigieron desde lejanos tiempos y en la legitimidad de los señalados por esa tradición para ejercer la autoridad». Giddens al analizar a Weber afirma que este es uno de los tipos ideales más elementales, en donde los que gobiernan carecen de personal administrativo especializado, por medio del cual puedan ejercer su autoridad aparece el “patrimonialismo”, el cual se desarrolla donde existen funcionarios administrativos, subordinados a un jefe por vínculos de lealtad personal (Giddens, 1994: 166).
A partir de la distinción entre gobernante y súbditos, es donde se sitúa al patrimonialismo; además, la autoridad patrimonial posee sus raíces en la administración familiar del gobernante; es así que sus rasgos distintivos se encuentran entre la mezcla de vida cortesana y funciones gubernamentales, y los funcionarios provienen principalmente de entre los asistentes y servidores del gobernante. Por su parte Giddens afirma que, «en las organizaciones tradicionales hay bastante ambigüedad por lo que se refiere a las tareas de los miembros, y los deberes y privilegios están sujetos a modificación según la inclinación del gobernante; la incorporación de funcionarios se hace a base de la afiliación o afecto personal; y no hay ningún proceso racional de “elaboración de leyes”: cualquier innovación en las normas de gobierno tiene que presentarse como un redescubrimiento de verdades antiguamente poseídas» (Giddens, 1994:166).
Después de esta descripción sobre la dominación tradicional, se puede observar que Cotler trató de encajar a la sociedad colonial dentro de las características este tipo ideal. Sin embargo, según Giddens, «en la vida real, los tipos ideales son infrecuentes, si es que existen: con frecuencia, sólo aparecen algunos de sus atributos» (Giddens, 2007: 42). Frente a esto, se puede observar que aparecen dos sucesos en relación a este tipo ideal. Por un lado, el tipo ideal (teoría) tiene como función de ser usada como una herramienta analítica para confrontar y hacer preguntas a la realidad para una mayor comprensión de esta, pero si la teoría es utilizada para aplicarla a la realidad convierte a esta en una mera copia de la teoría. En este caso, el uso de la teoría de Max Weber por Cotler sirvió para caricaturizar y encuadrar a la realidad y no como una fuente generadora de preguntas.
Por otro lado, en el caso de la herencia colonial, al aplicar el tipo ideal deja su componente analítico y se convierte en un elemento que sienta las bases a una pieza ideológica. Pues con el buscar la solución de los problemas en los orígenes se quiere romper con todo el legado que continúa inalterado a través del tiempo. Según Rochabrún, los rasgos de este legado y «pecado original», para Cotler, deberían ser suprimidos por ser negativos y generaría odios y resentimientos revanchistas (Rochabrún, 2007: 199 y 264).
Otro punto a añadir y resaltar es que la obra de este sociólogo se encuentra dentro de los parámetros de la teoría de la dependencia. Entre los rasgos más resaltantes del dependentismo podemos encontrar que tuvo como eje a una sociología crítica en momentos de gran difusión del marxismo. Con la teoría de la dependencia se quiso reivindicar la legitimidad de una «ciencia propia» para América Latina. Asimismo, el dependentismo afirmaba que América Latina era un satélite, colonia, periferia, copia caricaturesca y deformada de patrones europeos, etc.; por tal razón, no estaba en concordancia con los países desarrollados y tampoco iba a repetir la historia de éstos pues el país dominado no puede reproducir la historia del país dominador (Rochabrún, 2007: 191).
El prestigio de la sociología le dio un carácter de novedoso y «provocador» a la idea de herencia colonial[2]; sin embargo, el culpar a la colonia de las desgracias de la nación peruana independiente no es nuevo en absoluto y ello es rastreable tanto en los políticos, pensadores e historiadores. La república poscolonial peruana, siguiendo a Mark Thurner, tuvo un proyecto nacionalista criollo que se inspiraba en el ideal ilustrado universalista de que la genuina nacionalidad solamente podía alcanzarse si se abolía el «despotismo» inherente al particularismo colonial hispano (Thurner, 2006: 37). Eso se puede observar entre algunos pensadores políticos de la época de la posindependencia como Simón Bolívar, Benito Laso, Juan Espinosa y Santiago Távara. Para este historiador norteamericano, estos pensadores «se distinguen por su caracterización del dominio español de acuerdo con el discurso de la leyenda negra como un despotismo o tiranía colonial, y frecuentemente pintaban al orden precolonial inca en términos más favorables, cuando no utópicos» (Thurner, 2012: 225).
Según Thurner, estas ideas nada favorables para la colonia también pueden ser rastreadas en diversos hombres de letras durante el siglo XX, pues «incluyendo a Manuel González Prada, José Carlos Mariátegui y Jorge Basadre, quienes en este punto seguían las ideas del patriota y mártir cubano José Martí. Este había sostenido que el colono “pionero” en la Norteamérica británica había sido justo, virtuoso y progresista, mientras que el dominio español en el sur había sido injusto, despótico y atrasado» (Thurner, 2012: 225). Podríamos realizar una gran lista de pensadores que tenían estas ideas, pero ello nos llevaría a un trabajo de mayor análisis, tiempo y esfuerzo que van más allá de lo propuesto en este ensayo.
Reflexiones finales
En suma, esta forma de ver a la colonia era tan común entre los pensadores peruanos, pero no fue hasta que el aura de prestigio y de «cientificidad» de la sociología y las nuevas ciencias sociales que se convirtió en popular y legitima en las concepciones sobre la historia peruana tanto para académicos como para parte de la conciencia histórica nacional. Creemos que las ciencias sociales, sus métodos, así como la sociología en particular influenciaron grandemente a la disciplina histórica. En este caso, debido a la visión del Perú de Julio Cotler, se caricaturizó a la sociedad colonial y esto impidió en parte que pueda estudiarse en todas sus determinaciones y complejidades. Asimismo, la visión dependentista de Julio Cotler sobre la herencia colonial describe un país que existía a partir de carencias, pues debido a este «pecado original» no se pudo consolidar una nación bajo el liderazgo de una clase dirigente que posea una hegemonía. Este tipo de visiones históricas muestran al Perú como un ente inacabado que no llega a ser «Europa» y todavía no consigue su maduración y autonomía debido a sus carencias. Por ello, este tipo de narrativas no permiten mostrar al Perú como un componente constitutivo de Occidente.
Referencias
Cotler, Julio (2005). Clases, Estado y Nación. Tercera edición. Lima: Instituto de Estudios Peruano.
Cueto, Marcos (2011). Aportes y trayectoria del doctor Julio Cotler. Argumentos, n. 5.
Giddens, Anthony (1994). El capitalismo y la moderna teoría social. Madrid: Labor.
López, Sinesio (2012). Julio Cotler Recipient of the Kalman Silvert Award for 2012. Lasa Forum, vol. XLIII.
Manrique, Nelson (2010). Julio Cotler. La República, 14 de junio.
Rochabrún, Guillermo (2007). Batallas por la Teoría. Lima: Instituto de Estudios Peruanos.
Rochabrún, Guillermo (1992). Sociabilidad e individualidad. Lima: Fondo Editorial PUCP.
Thurner, Mark (2006). Republicanos andinos. Lima: Instituto de Estudios Peruanos – CBC.
Thurner, Mark (2012). El nombre del abismo. Meditaciones sobre la historia de la historia. Lima: Instituto de Estudios Peruanos.
[1] El presente texto se basa en un trabajo realizado para el curso Seminario sobre Estado, Poder y Sociedad en el Mundo Colonial de la Escuela de Posgrado de la PUCP, el cual estuvo dirigido por el Dr. Carlos Gálvez Peña.
[2] Según Guillermo Rochabrún, posiblemente el término fue acuñado por dos historiadores norteamericanos de izquierda, Steve y Barbara Stein, quienes en 1970 publicaron La herencia colonial de América Latina.